Capítulo 3: La escuela


Por el sólo hecho de estar entrenando en el dojo, no significaba que no debía seguir con mi educación. Todos los días, al terminar el entrenamiento, debía sentarme frente a la habitación donde siempre estaba el sensei y escuchar con atención. Así que además de entrenar duro el día, también me mantenía ocupada en la noche. Casi no tenía tiempo para descansar y eso no me hacía feliz.

Pero tenía casi toda la tarde libre y la empleaba en recorrer el dojo y sus alrededores, cuidando, claro, de no pasarme de tiempo.

Un día entré al valle y me topé con algo curioso: unas largas escaleras hechas de rocas grises, pero eso no era lo único. Pues ahí estaba él, aquel hombre desconocido que formaba parte de nuestro dojo, meditando en la parte superior de las escaleras. No supe que hacer, así que me escondí rápido detrás de un árbol...¡Estaba demasiado cerca de él!

Pasó el tiempo y él no se movió ni un centímetro, no ocurría nada. Entonces pensé en abandonar mi escondite, tocar su hombro y hablar con él. ¡No! ¡Era algo demasiado estúpido! Ni siquiera conocía su nombre, su identidad, el por qué de su estancia en el dojo, por qué entrenaba con tanta fuerza. Además el estado en el que se encontraba irradiaba respeto, así que no me atreví a hablarle y salí corriendo hacia el dojo.

Pero lo que yo no sabía, era que aquel hombre se había dado cuenta de que yo estaba ahí...¡De que siempre estaba ahí! Observándolo...mas bien espiándolo. ¿Cómo fue que se dio cuenta? Sé que no fue el día en que lo encontré meditando, fue mucho antes, desde el primer momento en que pisé este suelo...sintió mi presencia.

Cuando llegué al dojo no me sentía nada tranquila. Mi corazón latía demasiado rápido. Esa noche no pude poner atención a las palabras del sensei. Perdóneme, querido sensei, esa noche traté de ponerle toda mi atención...pero no pude. ¡Debía saber quién era ese hombre de una vez por todas! Sí, en aquel entonces fui egoísta y no soporté la idea de compartir mi dojo con alguien que ni siquiera conocía.

Ya era muy tarde cuando me fui a la cama, el sensei había tardado demasiado en dar sus lecciones. Estaba tan cansada...mis ojos estaban cerrándose y casi era hora de levantarse. ¡Estaba muy molesta! Claro, todo era culpa del sensei. Parecía como si todo lo hiciera en mi contra, siempre buscaba la forma de hacerme infeliz. ¿Me querría? ¿Se preocuparía por mí? ¿Estaría consciente de que yo estaba ahí? ¡Ni siquiera se había preocupado en explicarme quién era el hombre con el que me topaba casi a diario! Pero mañana sería otra cosa, se lo preguntaría...¡No! ¡Se lo exigiría!