Capítulo 1: El dojo y el hombre
Lentamente abro los ojos, ahora todo me es familiar, ya nada me parece extraño. El entrenamiento terminó hace un rato y ahora estoy descansando. El lugar donde estoy sentada es conocido como "Itoshisato, Setsunasato, Kokorotsuyosato". Nadie lo conoce con ese nombre más que yo. En el dojo no vive mucha gente, sólo estamos el sensei, un hombre y yo.
Quizá ustedes se preguntarán la razón por la que estoy aquí, después de todo sólo tengo 16 años y ni siquiera son oriental. Posiblemente una de sus preguntas sea: ¿Qué clase de padres permitirían que su hija vaya sola a otro país y se quede con dos hombres? La verdad ellos no pudieron detenerme, ni siquiera pudieron opinar. Hace dos años fui campeona de artes marciales en mi país. En un campeonato se me ofreció ir a Japón, el premio era entrenar en un dojo de gran renombre. Gané y aquí estoy. No dudé ni un instante en aceptar el premio, porque estaba harta de mis padres y además no podía desperdiciar la oportunidad de ser libre, ¿o si? De alguna manera lo hice en aquel entonces...
Esto que les contaré sucedió hace dos años.
Cuando llegué al dojo, el sensei me recibió de una manera muy amable, pero en ese momento sólo pude escuchar su voz. A decir verdad, nunca no he podido ver su rostro. Pero el sensei no era el único que se encontraba en el dojo, también había otro hombre. El sensei me explicó que aquel hombre se encontraba en un duro entrenamiento y me prohibió hablar con él o distraerlo. Yo acepté, pero comprendí que estar sola no era bueno, y mucho menos en un lugar tan grande y en un país desconocido.
La primera vez que llegué al dojo no me pareció cosa de otro mundo, sólo era un lugar lleno de árboles y rocas. Ahora mi manera de ver las cosas ha cambiado. El dojo me parece el lugar más místico de la Tierra. Me gusta, sobre todo, esa hora de la mañana en que empieza a salir el sol. Todo se cubre por un tono amarillo, acompañado de la neblina matutina y por el rocío que se encuentra en las plantas. El dojo está ubicado en una zona montañosa, así que si subes un poco, podrás ver lo que está a su alrededor. También hay un pequeño valle, donde el sensei me hace correr todas las mañanas. La tierra está húmeda y debo llevar los pies descalzos, antes sentía miedo de pisar algún animal o vidrio roto, pero poco a poco ese temor fue desvaneciéndose, porque el suelo del dojo es limpio.
A veces, cuando llegaba a cierto punto del camino, me encontraba con el hombre con el que se me había prohibido hablar. Él no podía verme, yo siempre trataba de esconderme bien y podía pasar desapercibida. El entrenamiento de aquel hombre era muy duro y yo no lo comprendía. Quizá lo que menos podía entender era su razón de ser así, siempre entrenando, día y noche. En aquellos momentos cómo me hubiera gustado sentarme a su lado y preguntarle tantas cosas...Pero no, no podía, estaba prohibido. Así que decidí olvidarme de él y corrí hacia el dojo con todas mis fuerzas, ya era tarde y el sensei me esperaba para cenar.